domingo, 29 de abril de 2007

DESCUBRIMIENTO DEL YACIMIENTO DE ATAPUERCA









Como ocurre con frecuencia con los yacimientos prehistóricos, el descubrimiento de Atapuerca se debió al azar. En este caso, los yacimientos de la Trinchera no se hubieran encontrado de no ser por una gran obra de construcción decimonónica. Hacia finales del siglo XIX España estaba incorporándose a la revolución industrial. Las primeras siderurgias vascas crearon un polo de atracción económico regional, que a su vez activó las zonas más próximas, como Burgos. La alta tecnología del momento demandaba carbón y mineral de hierro en enormes cantidades. Los yacimientos de León y Asturias estaban en plena explotación, pero hacía falta más. La Sierra de la Demanda, a unos 50 kilómetros al este de Burgos, tiene vetas de hulla y de mineral de hierro que podían convertirse en minas, siempre que fuera posible llevar el material a Vizcaya, donde estaban los altos hornos. En aquella época sólo había una solución: hacía falta un ferrocarril. Un emprendedor británico, Richard Preece Williams, se preocupó de ambos proyectos, dado que estaban relacionados. Así, invirtió en minas en varios pueblos de la Sierra de la Demanda, como Pineda, Riocavado, Barbadillo de Herreros, Monterrubio de la Demanda o Valle de Valdelaguna, y se dispuso a construir un ferrocarril minero.

Para ello creó una compañía, The Sierra Company Limited, encargada de construir una línea férrea de vía estrecha desde Monterrubio de la Demanda a Villafría, a las puertas de Burgos. La idea era transportar el carbón y el mineral de hierro desde la Sierra de la Demanda hasta el enlace con la línea Burgos-Bilbao, desde donde podía ser transportado a las siderurgias vascas. El permiso para iniciar las obras fue concedido en 1896, año en que comenzó la construcción, que fue difícil y cara. La compañía contrató 1.500 operarios para llevar a cabo los 65 kilómetros de la obra total, que estuvo acabada en 1901. Una subvención de la Diputación aseguró que su carácter no sería exclusivamente minero; como condición para recibir el dinero, The Sierra Company tuvo que comprometerse a transportar pasajeros y mercancías. Para ello se compraron cuatro locomotoras de vapor y diverso material móvil. Sin embargo, la línea nunca llegó a consolidarse económicamente, debido a los elevados precios que impuso Ferrocarriles del Norte, encargada del transporte desde Villafría a Vizcaya. Hacia 1910 la línea férrea dejó de funcionar, y en 1917 la sociedad Vasco-Castellana, heredera de The Sierra Limited Company, quebró y desapareció definitivamente. Aún hoy se conservan puentes, taludes, túneles y estaciones de aquel ferrocarril. Fueron las obras de este ferrocarril las que dejaron al descubierto los yacimientos, al atravesar las estribaciones de la Sierra de Atapuerca para abrir camino a las vías.

La Cueva Mayor, una cavidad situada apenas a medio kilómetro de la Trinchera, ya era conocida desde al menos el siglo XV, según testimonios históricos; en su interior hay una inscripción que dejó Fray Manuel Ruiz, con la fecha 22 de octubre de 1645. En 1863, Felipe Ariño solicita la concesión de la propiedad de la cueva, para evitar su deterioro; ese mismo año aparece la primera noticia de la existencia de restos humanos en un cueva cercana, la Cueva Ciega. En 1868 ya hay un guía oficial, Ramón Inclán, y es descubierta por la ciencia. Pues en ese año aparece la "Descripción con Planos de la Cueva llamada de Atapuerca", de los ingenieros de minas Pedro Sampayo y Mariano Zuaznávar, con grabados de Isidro Gil. Hacia 1880 se denuncia a un industrial vallisoletano por cargar un carro de estalactitas y estalagmitas robadas en la Cueva Mayor, que le son decomisadas; este material acabará en dos fuentes públicas, una en Burgos y otra en Valladolid. En 1890, Ramón Inclán solicita una supuesta explotación minera en el interior de la cueva, y entre la documentación adjunta planos en los que aparece por primera vez un pequeño recodo llamado entonces "el silo", que es la actual Sima de los Huesos.

En 1910, el arqueólogo Jesús Carballo descubrió el yacimiento de la Edad del Bronce y las pinturas que hay en la boca de Cueva Mayor, conocida como el Portalón, y en su interior. Este yacimiento fue estudiado entre 1911 y 1912, y generó el interés de algunos de los más importantes arqueólogos de la época. El lugar fue visitado y estudiado por el Abate Henri Breuil (uno de los padres del estudio del arte rupestre en Francia) y Hugo Obermaier, autor de El Hombre Fósil (1926). De especial interés para estos investigadores son las pinturas rupestres, y sobre todo la cabeza de caballo de la entrada de Cueva Mayor. En 1925-30, J. Martínez-Santaolalla incluye el Portalón en su estudio sobre el Neolítico de Burgos. Pero los acontecimientos históricos determinaron un parón en las investigaciones en la Sierra. Nada se hizo durante decenios.

En los años cincuenta volvió a haber actividad en Atapuerca. El Grupo Espeleológico Edelweiss (GEE), de Burgos, empezó por aquel entonces a catalogar y cartografiar con detalle las cavidades de la región, incluyendo la Cueva Mayor. En 1962, miembros del GEE comunican la existencia de fósiles en la Trinchera de Ferrocarril a las autoridades. En 1963, Basilio Osaba muestrea la Trinchera y encuentra un hacha de mano que asigna al Achelense. En 1964 y 1966, Francisco Jordá efectua excavaciones allí, en la Trinchera y en Cueva Mayor, respectivamente. El resultado es la primera estimación de la antigüedad del Yacimiento de Trinchera: más de 500.000 años, según el análisis de la fauna llevado a cabo por Juan Francisco Villalta. En 1968, Narciso Sánchez, miembro del Instituto Paleontológico de Sabadell, enviado por Miquel Crusafont, tomó muestras de en la Trinchera.

En 1972 el GEE descubre la Galería del Sílex, una rama lateral de Cueva Mayor que contiene un santuario prehistórico con restos de diferentes épocas, desde el Neolítico a la Edad del Bronce. El lugar estaba intacto; un derrumbe del techo cerró la boca de la galería, dejándolo tal y como estaba en aquella época. Los trabajos efectuados revelaron vasijas de cerámica rotas intencionadamente en estrechos rincones, enterramientos en zonas casi inaccesibles de la cueva, un muro construido como barandilla para hacer más segura una sima en cuyo fondo estaban aún los cadáveres de un par de accidentados… Y también una explotación de sílex, un tipo de roca de excelente calidad para fabricar herramientas de piedra. En la pared había además unos extensos paneles de pinturas y grabados, que son interpretados como evidencia de que aquel lugar era un santuario. Ante la importancia del hallazgo, la Diputación Provincial de Burgos procede a cerrar con una verja metálica el acceso a la cueva. En aquellos años se inician una serie de problemas con las autoridades militares, por el uso de la Trinchera como lugar de prueba de explosivos; la zona es, desde 1973, campo de maniobras del Ejército. Por entonces, el Grupo Edelweiss solicitó la protección completa de los yacimientos, intentando evitar la expropiación de los situados en el término municipal de Ibeas de Juarros, y la declaración del conjunto como Monumento Histórico-Artístico.

En 1973, Juan María Apellániz inicia el estudio de la Galería del Sílex y del Portalón de Cueva Mayor en colaboración con los espeleólogos del Grupo Edelweiss. Por aquel entonces, el ingeniero de Minas Trinidad Torres, que estudiaba osos fósiles del Pleistoceno español, estudia en Sabadell restos de Atapuerca, llevados allí por la expedición clandestina de Narciso Sánchez en 1968. Torres entra en contacto con el GEE en 1975, y en 1976 prepara una excavación en la Sierra. Torres trabajaba entonces en su tesis doctoral sobre Úrsidos del Pleistoceno, en especial los llamados Osos de las Cavernas, poco estudiados en España.

Trinidad Torres, con el permiso de Apellániz, entró en la Sima de los Huesos para extraer restos de oso. Entre los huesos extraídos de la Sima aparecieron unos fragmentos de mandíbula que no eran de oso. Eran fósiles humanos, lo que constituía un hallazgo excepcional, ya que, por los restos de oso, se sabía que el yacimiento era de una época remota. Aquella mandíbula, llamada AT-1, con otros dos fragmentos de mandíbula más (AT-2 y AT-3), junto a un puñado de dientes y dos fragmentos de cráneo, fueron los primeros restos humanos de la Sierra de Atapuerca. Torres llevó la mandíbula a su director de tesis, el paleontólogo Emiliano Aguirre: la forma de aquella mandíbula sugería gran antigüedad. Además, la morfología de los osos colocaba al yacimiento en el Pleistoceno Medio. Por aquel entonces, y aun hoy, los yacimientos europeos con fósiles humanos tan antiguos pueden contarse con los dedos de una mano.


Tomado de la web ATAPUERCA PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD