EDITORIAL:
La sociedad es un ecosistema en interacción
constante con su entorno
sin el que no
podría existir. Al igual que el ecosistema del cuerpo humano, en el que
los millones de células que
le componen,
están cada una de ellas al servicio del bien común cumpliendo un
rolespecífico y
complementario
con el del resto, la alteración de esa armónica relación intercelular,
desemboca
inexorablemente
en el deterioro de la función común, en la enfermedad y en la muerte del cuerpo. Mientras que la diferenciación y respeto
entre sí, de las diferentes comunidades celulares constituidas
en órganos,
sistemas funcionales, vísceras, etc., conlleva el equilibrio biológico,
el bienestar, la vida de ese ser.
El ecosistema social está formado por todos y cada uno de los millones de personas que forman la humanidad asentada a lo largo de todo el globo terráqueo del planeta Tierra. Para que funcione como un todo, a través de la historia, desde el principio de los tiempos de la existencia del hombre, se han ido creando interrelaciones entre pequeñas comunidades de muy diversos territorios, a la par que, tanto éstas como los individuos que las componen, se han ido diferenciando en una serie de roles imprescindibles y complementarios, de forma que la suma de las actividades y conocimientos de cada uno de ellos, componen un pool único de valor añadido, mayor que la suma de las partes.
Toda esta compleja conciencia bio-planetaria en transformación exponencial, lleva poco a poco a la maduración del sistema social como un todo, siempre que no se rompan los principios fundadores de su supervivencia: el sentido de cooperación, la necesaria diferenciación de roles y el equilibrio relacional entre todos los componentes del sistema, de manera que nadie tenga unos objetivos por encima de los de los demás. La ruptura de ese inexorable vínculo armónico trazado a lo largo de milenios, lleva indefectiblemente al deterioro progresivo de la sociedad y a su fulminante autodestrucción.
Actualmente, estamos asistiendo a la constatación de síntomas de alerta de este derrotero abisal: el aumento de las desigualdades de calidad de vida de los ciudadanos, la pérdida del concepto de 'dignidad' como un bien intrínseco al hombre, irrenunciable y no sujeto a transacciones de ningún tipo, la escalada de la impunidad de los que optan por priorizar su propio beneficio sobre el de los demás, etc, etc. Y es que el complejo engranaje poliédrico de una sociedad madura, ha sido sustituido por un pequeño número de variables controladas por el poder opaco de una oligarquía económica transnacional, a la que sólo mueve la acumulación de cifras ingentes de un dinero fútil, convertido en dios, sacralizado.
La economía real y productiva, ésa que sirve para el desarrollo de la vida social, ha desaparecido en base a una economía virtual, estéril y homicida. Transitar por la linde de este abismo, necesariamente origina un álgido exanguinarse de la geografía entera.
El ecosistema social está formado por todos y cada uno de los millones de personas que forman la humanidad asentada a lo largo de todo el globo terráqueo del planeta Tierra. Para que funcione como un todo, a través de la historia, desde el principio de los tiempos de la existencia del hombre, se han ido creando interrelaciones entre pequeñas comunidades de muy diversos territorios, a la par que, tanto éstas como los individuos que las componen, se han ido diferenciando en una serie de roles imprescindibles y complementarios, de forma que la suma de las actividades y conocimientos de cada uno de ellos, componen un pool único de valor añadido, mayor que la suma de las partes.
Toda esta compleja conciencia bio-planetaria en transformación exponencial, lleva poco a poco a la maduración del sistema social como un todo, siempre que no se rompan los principios fundadores de su supervivencia: el sentido de cooperación, la necesaria diferenciación de roles y el equilibrio relacional entre todos los componentes del sistema, de manera que nadie tenga unos objetivos por encima de los de los demás. La ruptura de ese inexorable vínculo armónico trazado a lo largo de milenios, lleva indefectiblemente al deterioro progresivo de la sociedad y a su fulminante autodestrucción.
Actualmente, estamos asistiendo a la constatación de síntomas de alerta de este derrotero abisal: el aumento de las desigualdades de calidad de vida de los ciudadanos, la pérdida del concepto de 'dignidad' como un bien intrínseco al hombre, irrenunciable y no sujeto a transacciones de ningún tipo, la escalada de la impunidad de los que optan por priorizar su propio beneficio sobre el de los demás, etc, etc. Y es que el complejo engranaje poliédrico de una sociedad madura, ha sido sustituido por un pequeño número de variables controladas por el poder opaco de una oligarquía económica transnacional, a la que sólo mueve la acumulación de cifras ingentes de un dinero fútil, convertido en dios, sacralizado.
La economía real y productiva, ésa que sirve para el desarrollo de la vida social, ha desaparecido en base a una economía virtual, estéril y homicida. Transitar por la linde de este abismo, necesariamente origina un álgido exanguinarse de la geografía entera.
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